En México todos los asesinatos ya son perfectos: van al baúl de los estigmas, a la omisión sistemática de la justicia, al encubrimiento mediático y político que “exige” y ofrece investigaciones hasta sus últimas consecuencias, pero que exime de responsabilidades a los implicados más evidentes o que encuentra culpables inverosímiles.
En México no hay una sola Procuraduría de Justicia que no cumpla con el ritual de la “verdad histórica” y la “justicia” al estilo de José Murillo Karam en sus conclusiones sobre la matanza de estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, que no son ni verdades jurídicas ni actos básicos de justicia: el crimen no esclarecido nunca, la imposibilidad de saber “realmente” lo que pasó; la impunidad normalizada cuyo vértigo es también una sucesión de masacres. Estamos ante un sistema de justicia que des-culpabiliza a los criminales y que criminaliza a las víctimas.
Los mensajes cíclicos y macabros del “régimen” de la restauración en Veracruz, el nuevo desembarco del espanto de eso que todavía se hace llamar PRI pero que es también criminalidad de Estado, un gobernador que amenaza, amedrenta, ríe a carcajadas su propio terror o se indigna cuando es fotografiado en el caldo de su propia barbarie. Javier Duarte, el gobernador furioso de Veracruz y absolutamente sospechoso del crimen del fotoperiodista Rubén Espinosa y de cuatro mujeres que van siendo borradas por los estigmas: una era colombiana (Simone o Nicole), se dice; otra, cultora de belleza (Yesenia Quiroz); una más, activista (Nadia Vera); y la empleada doméstica; rápidamente son despojadas de la atención judicial y política en tanto feminicidios: tortura, violación y tiros de gracia marcan lo atroz de los crímenes, la absoluta vulnerabilidad de los periodistas pero también de las mujeres en el vasto territorio de la criminalidad aleatoria que se vive en México.
Cualquiera puede morir en cualquier momento, pero los crímenes ligados a la crítica hacia los gobiernos o los crímenes por conciencia o por ejercicio periodístico serán eso que quiere la alianza entre el régimen político y el crimen organizado: ejemplificadores para toda la sociedad, el “hasta aquí” paternalista de los gobernantes que ya no toleran las oleadas de evidencias críticas “en su contra”; el manotazo homicida e “indirecto” en la mesa de la barbarie nacional. Circulan ya en diarios, revistas y en redes sociales, con todo el poder de su elocuente paternalismo exterminador, estas palabras dichas por Javier Duarte a los periodistas, una estampa declarativa en la que el régimen priista no engaña a nadie, la transparente ausencia jurídica del Estado y las leyes del exterminio “guadalupano”, selectivo e institucional: “Se los digo por ustedes, por sus familias, pero también por mí y por mi familia, porque si algo les pasa a ustedes al que crucifican es a mí. Pórtense bien. Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. Dicen que en Veracruz sólo no se sabe lo que todavía no se nos ocurre. Todos sabemos quiénes de alguna o de otra manera tienen una vinculación con estos grupos. Que nos hagamos como que la Virgen nos habla es otra historia. Pero todos sabemos quiénes tienen vínculos, quiénes están metidos con el hampa. Pórtense bien, por favor…”
De los 15 asesinatos de periodistas en Veracruz en los últimos años, ninguno de ellos ha terminado en un acto de justicia. Rubén Espinosa, fotoperiodista amenazado y en plena autoexilio de Veracruz, es alcanzado en la ciudad de México por la “mano invisible” de ese fantasma que produce asesinatos reales: persecución política que culmina en homicidios azarosos que se le facturan a esas abstracciones que justifican la impunidad: sólo venía a buscar trabajo en la ciudad de México (como afirma presurosamente la Procuraduría de Justicia del DF), estaban de fiesta o algo turbio había en el hecho de que una de las mujeres fuera colombiana, seguramente “andaban en malos pasos”; una oleada de especulaciones que nos vuelven a enseñar que no hay nada más rápido en la “justicia” mexicana que simplificar los asesinatos y despojar a las víctimas de humanidad; reducir los homicidios a oscuros laberintos en donde las víctimas siempre serán sospechosas de actos indecibles que justifican su propia muerte. Todo el acento político, toda la impunidad con la que se manejan gobiernos como el de Javier Duarte en Veracruz, se evaporan conforme “avanzan las investigaciones”, que no son más que una suma de procedimientos que borran las huellas para saber lo que realmente pasó y la posibilidad de la justicia misma.
La consigna de todas las autoridades es clara y unifica los criterios que se necesitan para en ningún caso haya verdad ni justicia: que el múltiple homicidio que se cometió en la calle Luz Saviñón de la colonia Narvarte en la ciudad de México pierda rápidamente su condición de asesinato relacionado directamente con la actividad periodística de Rubén Espinosa, que se normalice esta nueva masacre, que la sociedad se consuma en su miedo, en su impotencia y en su propia indolencia ante esta sucesión de masacres, en su bestial manera de producir gobernantes como Javier Duarte; en su incapacidad para darse otro destino, en el crimen perfecto de su propia autodestrucción.
Por: Gustavo Ogarrio / Foto: Jairo Martínez
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